viernes, 26 de noviembre de 2010

A FOLIAR MIAMOR! VAMOS A FOLIAR MIAMOR!


Alguna vez les debo haber contado que hay una pila de palabras que, por cómo suenan, no me gustan. Y seguramente esa vez me debo haber acordado de sobaco, sorongo, mercería, Barolo, colitis… Tampoco me gustan esas palabras que invitan al doble sentido… porque son capaces de meterte en flor de quilombo, y si creen que exagero, miren lo que le pasó a Franca.

Franca es una española de 34 años, que vino por 6 meses de intercambio a Buenos Aires. Nosotros mandamos un argento a Barcelona a trabajar a una institución pública, y ellos mandaron a Franca. Que para serles franca, es bastante despistada.

Franca hace más de dos años que está sola. Y estando todavía en España, había caído víctima de una etapa un tanto depresiva a raíz de su soledad. Básicamente, creía ser tan fea que nadie la miraba. Y como no la miraban, tampoco le daban chance a demostrar lo mucho que ella es capaz de querer, decía. Frases como la de Saint-Exupéry o eso de que la belleza del alma es lo que importa, ponían de tremendo mal humor a Franca.

Cuando se enteró que había sido elegida para el intercambio, sintió una gran felicidad porque pensó que el cambio de aire la ayudaría a salir de ese estado de ánimo. Además, Franca, que toda su vida había oído hablar del “clásico chamuyero porteño”, sentía que ni bien llegara a Buenos Aires, seguramente su autoestima se recuperaría.

Comenzó a trabajar en enero. Lindo… el veranito porteño… una humedad ese año! al principio todo le parecía bastante calmo. Claro, era enero. No había tanta gente en la calle, los bares y boliches no rebalsaban… en su trabajo muchos compañeros estaban de vacaciones. Pero después llegó febrero, la gente regresó a sus lugares de trabajo… y el microcentro porteño se fue poblando tal como le habían contado.

Entonces la onda porteña le empezó a caer mejor. En particular la onda de Marcos, un compañero de trabajo del nivel superior. Generalmente lo cruzaba en el ascensor y en alguna que otra reunión. Marcos era un tipo muy simpático, carilindo, soltero y chamuyero. Todas las mujeres de la institución coincidían en su descripción.

A los tres meses de estar en Buenos Aires, Franca se había integrado a su grupo de trabajo y su ánimo había cambiado rotundamente. Los hombres argentinos la piropeaban, y Marcos le prestaba bastante atención. Pero las mujeres tenemos esa capacidad de confundir todo, y Franca no iba a ser la excepción! Es un mal femenino mundial.

Para ella la simpatía de Marcos y su atención eran síntomas de algo más que una mera relación cordial de trabajo. Y voló tan alto con su fantasía que se embobó. Y cuando eso sucede, la mujer corre peligro de papelón, de ver lo que quiere, escuchar lo que quiere…y en este caso, leer lo que quiere.

Pasó que un viernes mientras volvían de almorzar y compartían ascensor, Marcos comentó que estaba desbordado de trabajo. Sin embargo no aclaró de qué se trataba su trabajo… y Franca, con la más clara intensión de pasar más tiempo a su lado, se ofreció a ayudarlo. Contá conmigo si necesitas ayuda, dijo. A la hora, Franca recibe un mail de Marcos que decía:

Franca, querés venir a mi piso a foliar?

Y Franca, que estaba presa de la bobera contraída el día que lo conoció, y porque además es una mujer muy colgada y atropellada, interpretó que Marcos la estaba invitando a su departamento a follar!

Primero pensó “qué directo” pero luego lo justificó como pudo, o mejor dicho, como su ansiedad por estar con él se lo permitió: “ah, cierto, es chamuyero”, “ya somos grandes”, “seguramente le gusto mucho”, “para qué andar con tantas vueltas”…

Lo cierto es que sin la más remota intensión de darle una alegría a Franca en su departamento, Marcos tuvo la mala fortuna de escribir algo tan sencillo y habitual en la administración pública como es la palabra foliar. Y quiso el cerebro de Franca interpretar la palabra piso con un sentido netamente gallego –que como todos sabemos, le llaman piso a un simple departamento– Pero lo que es peor, leyó lo que realmente quería leer, y jamás reparó en la falta de la segunda ele para que realmente la palabra escrita por Marcos fuera follar.

Cuestión que entre su cerebro confundido, sus ganas de que Marcos le diera bola, la calentura acumulada, la ansiedad y la maldita combinación de palabras, sin leer nuevamente el mail Franca respondió:

Tú frontalidad asusta, guapo! Pero me parece genial! A qué hora y dónde es la cita? Llevo un vino para brindar. Pensé que jamás me invitarías a tu depa…

Franca no recibió respuesta inmediata, lo cual la empezaba a preocupar. Y a la media hora un compañero de Marcos bajó a su oficina y como pudo, porque estaba tan tentado de la risa que prácticamente no podía hablar, le explicó de qué se trataba “piso” y “foliar”, y de paso le dijo que Marcos todavía no podía recomponerse del ataque de risa que la confusión le había provocado.


FIJESE UD EL QUILOMBO

QUE SE ARMA POR UNA PUTA “L”


viernes, 19 de noviembre de 2010

SINDROME DE UNA SOLTERA


Me gustó esta anécdota porque la que la envía se ha dado cuenta que calza justo en la categoría “pastelito” de cualquier fulano cuerdo que tenga la osadía de conocerla. Me gustó porque ella misma se sabe loca! Es bueno empezar por ahí… reconocerlo es importante. Semanas atrás hablábamos de la cantidad de locos sueltos… Bueno. Reconocerse loco, admitirlo y darse cuenta que ESO NO VA, es un buen síntoma! Por ahí se empieza.

La loca de hoy, María Elena, arranca su mail diciendo “Sabés qué Vasca? ME TENGO RECONTRA PODRIDA!!!! No me viene nada bien!!!! Soy insoportable. Me da pánico perder mi independencia. Me gusta mi casa como está, me gusta mi vida. La macana es que me de cuenta en los momentos menos indicados… cuando tengo a mi lado un tipo que siento que vale la pena… y no cuando lloro por un desgraciado que ni siquiera me llama. Me la paso haciendo cagadas. Si estoy sola quiero un amor, si lo tengo… extraño mi soledad…”

Convengamos que María Elena está un poco loca. Es, incluso para ella, la típica solterona que nada le viene bien. Desde hace mucho tiempo, vive de relaciones ilícitas, superfluas o puramente sexuales, esas que según ella, le dejan un vacío espantoso cuando el susodicho se va... y se queda esperando un mensaje que nunca llega, hasta que sus ganas o necesidades resurgen y ella como idiota, accede pensando que hay algo más. Pero el círculo vuelve a cerrarse y siempre vuelve el silencio.

Esa es la parte fea de la libertad de María Elena, ella lo sabe. Y lo elige en cada momento, pero siempre con la esperanza, muchas veces boicoteada por su razón, de que aparezca ese chico que le llegue al alma y la descubra por dentro. Pero no llega… entonces lágrimas al puro pedo y tiempo desperdiciado. Mientras tanto la rueda sigue girando y un nuevo muchacho pasará por sus sabanas que como siempre, sólo terminan revueltas.

Hace muy muy poquito, llegó un muchacho que sin querer estaba a su lado, diciéndole que la quería y que era muy importante para él. Un chico que tenía sus mismos gustos y sencillez para la vida. Que la llamaba, que le escribía, que la pasaba a buscar para verla aunque sea un minuto. Con el que pronto se entregaría al sexo… porque esta vez había preferido ir más despacio para que todo sea perfecto, y no simplemente una relación sexual pasajera como las demás.

Y ante esta situación ideal, ella que hizo? La cagó, por supuesto. Una noche, en medio de una cena romántica que el chico había montado para ella, justo cuando él le tomaba la mano y se la besaba, enamoradísimo, embobado… María Elena rompió en llanto, se levantó de la mesa, se sentó en el sillón y con las manos en la cabeza, escondida entre sus rodillas, le dijo llorando:

Me muero de miedo y empiezo a sentirme agobiada. A cuestionarme si es posible que me quieras en tan poco tiempo… no sé si quiero perder mi libertad… me gusta vivir sola… tampoco sé lo que quiero… o si te quiero…

Se preguntarán ¿y el flaco qué hizo? Primero se levantó en silencio, se sentó a su lado, y con una mano en la cabeza de María Elena, acariciándola suavemente como a un gatito, le dijo:

Pero solcitoooo! Si todo esto es un acting para que te dignes a acostarte conmigo!!! Dejate de joder!!! Pensé que te darías cuenta… Yo te tengo aprecio, cómo no! pero aflojá, ya sabemos que esto recién empieza y no da para planteos serios! Lo que pasa es que vos sos re dura conmigo! Llevarte a la cama me está costando más que ponerle pantalones a un pulpo… con Dany te acostaste la tercera vez que lo viste! Yo hace veinte días que la vengo remando!!!

Claramente, María Elena no esperaba esa respuesta. Y claramente María Elena estaba haciendo una lectura bastante equivocada de su chico nuevo. Como dicen en mi barrio, estaba meando fuera del tarro!

Ahora, usted qué haría si comienza a sentirse agobiado por una relación y su pareja le informan que se tranquilice, que se está agobiando al pedo? Si no estuviese loco como María Elena, seguramente se tranquiliza y le mete pa’lante, o no? Bueno, ella no, a ella nada le viene bien, lejos de tranquilizarse y disfrutar de la vida, histéricamente y despeinándose toda se colocó del revés el sweater, se colgó la cartera al hombro y se fue gritando:

NO ME LLAMES NUNCA MÁS, DEGENERADO! LO NUESTRO NO TE IMPORTA! YO PENSE QUE ME QUERÍAS! LO UNICO QUE PRETENDÍAS ERA PASARLA BIEN!

Ahora digo yo… acaso eso está mal? No se trata de pasarla bien? María Elena: loca de atar. Pero ella lo asume. Loca! Pero te banco! Gracias por la confesión.

Justificar a ambos lados
SÍNDROME CONTEMPORÁNEO SIN REMEDIO

viernes, 12 de noviembre de 2010

IRONÍAS DE LA VIDA


Yo por esas épocas estaba un poco alterada, y me vengo a cruzar con un tipo que tenía fatiga crónica… no fue justo, dijo Zulema, la dueña de esta historia.

Y tenía razón… Hay gente que sufre de las afecciones más raras. Fatiga crónica… dejatedejodeeer!!! levantate hermano, tomate un desayuno pulenta pulenta, andá a laburar, corre media hora y dejá de enroscarte con pavadas! Que la vida es corta…

En fin… otra especie de locura. Cuestión que Zulema por esa época no andaba muy bien que digamos. Estaba con demasiado trabajo, arrancaba a las ocho de la mañana, cortaba en su primer trabajo a las seis de la tarde, y seguía de siete a diez dando clases en una universidad privada. Durante el fin de semana resultaba difícil descansar porque la mitad del tiempo tenía que preparar clases para la semana siguiente y la otra mitad, hacer todos los quehaceres domésticos que no podía hacer en la semana.

Corría tanto y exprimía tanto el tiempo que ni de casualidad se imaginaba tirada, descansando, menos dándose el lujo de sentirse fatigada... Hacía varios años que estaba sola, y cada día salía menos. Conocer hombres se había vuelto el plan menos atractivo. De hecho, un hombre en su vida implicaría una actividad más… cuándo lo vería?

Pero una noche tuvo un cumpleaños al que no podía faltar, y conoció a Waldo, un señor cincuentón, entrecano, cuerpo atlético, elegante… muy conservado para su edad. Y la invitó a salir.

Después de hacer unos pases mágicos de compromisos marcados en su agenda, Zulema logró ubicar una cita con Waldo para el viernes de la semana siguiente. La sensación que tuvo ella de esa cena fue haber estado comiendo con un hombre muy relajado. Un observador más incisivo podría haber dicho “cenaste con un tipo poca pila” mientras que uno malicioso podría haber dicho “este viejito vive de fiesta”. Es que dado su ritmo, a Zulema le costaba diferenciar una persona relajada de otra paralizada ó extenuada.

Y así Waldo superó la primera cita. Y luego otra, y otra. Llegaron a la cama y anduvo todo medianamente bien. Waldo necesitaba tiempo para llegar, entonces por lo general, acudían a un segundo round para terminar la cuestión como se debe.

Había una frase de Waldo que comenzaba a sonar un poco repetitiva: estoy cansado… Y como Zulema también estaba cansada y sabía que necesitaba cortar un par de días para reponer energía y no caer enferma de tanto andar de aquí para allá, le propuso a Waldo pasar un fin de semana en su casa de la costa. A Waldo le pareció una buena idea. El viernes, a última hora, Zulema pasaría por la puerta del trabajo de Waldo y tomarían la autopista rumbo a Mar del Plata, a descansar.

Irían en el auto de Zulema. Ella salía a las seis de la tarde y como les decía, lo pasaría a buscar. Pero el tránsito ese día resultó ser una locura. Entonces Zulema le pidió a Waldo que lo esperara en una esquina más accesible. Esto que parece tan simple, coordinar una esquina, les tomó diez minutos. Finalmente se pusieron de acuerdo y ella se dirigió hacia el lugar de encuentro. Evidentemente no se entendieron muy bien, porque Waldo estaba esperando de la vereda de enfrente, mano inversa a la que necesitaban tomar para salir hacia la autopista.

A los gritos desde la ventanilla, Zulema logró hacerse oir entre ruidos de camiones y autos. A riesgo de perder la vida, esquivando conductores que huían despavoridos del microcentro a sus casas, Waldo logró cruzar la avenida y subir al auto.

Llegaron a una esquina y Zulema le pidió por favor que condujera él. Ella estaba demasiado acelerada y no le parecía conveniente salir así a la ruta. Entonces intercambiaron lugares y emprendieron la marcha. A las cinco cuadras, Waldo se vio encerrado entre un camión y un colectivo de larga distancia, frenó torpemente por temor a rayar el auto, y un coche se la puso de atrás. Primer quilombo.

La situación se puso bastante tensa. Estacionaron en una estación de servicio ubicada a pocos metros. Zulema estaba totalmente sacada, gritaba, hablaba por teléfono con su padre contándole la situación… y Waldo estaba un poco avergonzado y con los huevos rotos de los planteos de Zulema, a quién no nos olvidemos, recién conocía.

W: mejor no viajamos nada

Z: si, mejor. Parecés dormido queridoooo! Reaccioná! No tenés sangre?

W: ya te dije, disculpame… me abataté…

Z: nunca te dijeron que no podés frenar de ese modo! No se te cruza por la cabeza mirar para atrás? Te creés que está de adorno el espejito este de mierda?

W: volvamos… serenate querés.

Z: si, volvamos…

Y se produjo un silencio prolongado. Se calmaron. Esperaron diez minutos dentro del auto. Cambiaron de lugares otra vez y Zulema encendió el motor. Como si nada hubiera pasado, tomó la mano que iba hacia la autopista y retomaron el viaje.

Z: ponemos el reloj en cero, querés?

W: ok

Llegaron a Mar del Plata de noche y con ellos llegó también una sudestada que no tenía precedentes. Compraron algunas provisiones en el súper, se bañaron y cocinaron algo. Para entonces los ánimos estaban calmados y se fueron a dormir. Ambos estaban muy cansados, pero Waldo mucho más. Prácticamente no hablaba, solo atinó a decía que no se podía ni mover. Y se durmió.

La mañana del sábado amaneció un poco fresca. La lluvia había cesado y decidieron salir a pasear por ahí. Recorrieron la peatonal, tomaron un café, siguieron caminando… almorzaron, pasaron por la costanera y siendo casi las cuatro de la tarde, Waldo propuso volver. Estaba cansado. Necesitaba dormir un poco y relajar las piernas.

Zulema, acostumbrada a su ritmo habitual, estaba fresca como una lechuga, pero fue contemplativa con él y pensó que volver y preparar un ambiente romántico para entregarse al placer, no estaba nada mal. Quiso el destino que se desviaran del camino para esquivar un gigantesco grupo de turistas y que en ese camino los sorprendiera un carterista. Zulema sintió un fuerte zamarreo en su brazo y al comprender lo que sucedía, simplemente echó a correr. Segundo quilombo.

Waldo seguía caminando espantado, viendo como Zulema intentaba cazar por las mechas al bandido, que no tenía más de trece años. Cuando se agotó de correr y Waldo la alcanzó, él simplemente dijo “Disculpame que no te seguí… no podía correr… estoy agotado, pero no te preocupes, ahora yo me encargo de todo lo que haya que pagar”. Y volvieron a la casa y el ambiente romántico quedó sepultado en el olvido. Zulema tenía el ánimo por el piso y Waldo se durmió.

Por la noche decidieron ponerle onda, olvidar el arrebato y salir a cenar. Volvieron temprano porque Waldo bostezaba y Zulema pretendía que durara despierto para tener al menos una noche de sexo. El plan de Zulema funcionó. Como era habitual, en el segundo round, Waldo llegó.

El domingo durmieron hasta tarde, se levantaron, almorzaron y tipo cinco de la tarde volvieron a Capital Federal. Para demostrar que estaba todo bien, Zulema le pidió a Waldo que manejara. Incluso se animó con un chiste jocoso estilo “ya te arreglé el espejito retrovisor, por si se te ocurre frenar”.

Al principio iban hablando de varios temas, hasta que después de un par de horas Zulema comenzó a hojear el diario. Cada tanto ella hacía un comentario para animar al conductor. Estaban llegando a la altura de Dolores por la Autovía 2, cuando Zulema levanta la vista y divisa a lo lejos un señor mayor en bicicleta. Vuelve su mirada al diario y en menos de 5 segundos, siente un golpe estrepitoso en la puerta de su lado. Instantáneamente levanta la vista y ve como el espejito retrovisor derecho vuela por los aires y el viejo de la bicicleta se desparrama en la banquina. Waldo grita del susto y Zulema lo mira descolocada, gritando también:

Z: PARA! qué te pasó!!! No viste al pobre viejoooo?

W: me quedé un segundo dormido…

Z: vos me estás jodiendo? Me podés decir qué te pasa? Por qué te la pasás durmiendo? Ni manejando te podés mantener despierto!? Si no estás durmiendo, estás cansado… vos no estás bien eh!!!

W: es que… no te dije… sufro de fatiga crónica…

Si señores! Fatiga crónica! No es joda! El viejo por suerte se levantó vivito y coleando. Se subió a su bicicleta y se marchó. Zulema tomó otra vez el volante y manejó hasta el final. Dejó a Waldo en su casa. Se despidieron en silencio. Waldo no sabía como disculparse.

A la semana apareció por casa de Zulema con el repuesto del espejito retrovisor derecho. La habían pasado tan mal que con solo mirarse ambos sintieron que no tenían ganas de volver a poner el reloj en cero. Y no se cruzaron más.

Dicen las malas lenguas que Waldo se curó de la fatiga crónica y que a veces puede concretar en el primer round. Dicen también que la gente que lo conoce no le cree haberse enfermado de eso… dicen, ojo que dicen! que era una excusa! Vivía cansado y extenuado porque andaba con 5 jovencitas a la vez meta palo y a la bolsa!

DICEN EH!

viernes, 5 de noviembre de 2010

A JESÚS LA LLUVIA TAMPOCO LO INSPIRA


Antes que nada permítanme decirles que NUEVAMENTE ESTOY CARENTE DE ANECDOTAS. Qué pasa con esa gente que tanto promete eh! QUÉ PASAAAAA? A ver si aportan algo! S O S ! – reclamo realizado, a otro tema.

Si de algo me ha servido la experiencia de escribir este blog es para comprobar que de locos, está lleniiito el planeta. Qué no es una cuestión de géneros ni de latitudes, no no no! Ocurre en todos lados… hay locura por doquier. Qué pasó? No lo sé.

Algunos dicen que son las repercusiones del cambio de siglo… otros le echan la culpa a la capa de ozono y al famoso cambio climático, una rama muy seria de la gastronomía culpa al conservante de las papas Pringles, profesionales como Cormillot dicen que es el abuso de los alimentos light y mi abuela dice que la culpa de todo la tiene el ACTIVIA… Si alguno de ustedes tiene la respuesta correcta, lo invito a desasnarme. Yo por ahora pienso cómo mi abuela. Tanto Activia, tanto Activia, andan todos mandándose flor de cagadas.

Sea por lo que sea, lo cierto es que la gente esta mal. Y no hay que ir muy lejos para comprobarlo… basta con subir al subte o a un colectivo que las evidencias son inmediatas. No hay dudas. Todos somos un poco locos, y todos nos hemos cruzado con alguien todavía más loco que uno. De hecho, Melina siempre dijo, “yo no puedo abrir la boca… a loco, loca y media”. Pero esta vez alguien le ganó.

Melina tenía 29 años, trabajaba en una farmacia y toda su vida había vivido en la ciudad de Venado Tuerto, Santa Fe. Hacía un año que estaba sola, recomponiéndose de una relación muy larga, de esas que empiezan en la adolescencia y que la juventud arruina con la rutina y el acostumbramiento. Y como resultado de esa recuperación, al sentirse cada vez mejor, un día también decidió cambiar de aire, y se mudó a Rosario con una amiga que también acababa de separarse.

Buscó trabajo en otra farmacia, cerquita de su nuevo hogar, y para integrarse a la sociedad rosarina, se inscribió en unas cuantas actividades. Entre ellas, clases de salsa. Todos los jueves a las veinte horas, Melina asistía religiosamente a las clases de salsa.

Era un grupo agradable. Y entre los hombres del grupo, se destacaba Jesús. Jesús tenía un año más que ella, soltero, trabajaba en el puerto durante el día y estudiaba sociología por la noche. Bailaba como los dioses (¿quizá por tener el nombre del hijo de Dió?) y era extremadamente simpático. Aunque cuando el baile comenzaba, Jesús parecía trasladarse a otra dimensión... una especie de autismo se apoderaba de él (para mi que se daba una vueltita por el cielo y visitaba al viejo!)

Una noche, terminada la clase de salsa, Jesús acompañó a la parada del colectivo a Melina y la invitó a salir. La cita sería al día siguiente. Melina emocionada por la invitación y porque Jesús, a pesar de sus momentos de autismo, le encantaba, pasó toda la tarde del viernes probándose combinaciones de ropa, zapatos y carteras para lucir preciosa para él. Su amiga la peinó y una vecina con la que pronto se habían relacionado, la maquilló. Según los planes, Jesús pasaría a las nueve de la noche por ella, e irían a cenar.

A las nueve en punto suena el timbre, los nervios y la emoción invadieron a Melina, que con vos de locutora atendió: Jesús? ya voy! – y salió a su encuentro. Pero no encontró a nadie. Esperó unos segundos y cuando ya estaba dando media vuelta para entrar a su casa, riéndose a carcajadas, escondido detrás de un auto, apareció Jesús. Tentado de la risa. Casi ahogado, diciendo con el poco aire que le quedaba “si te hubieras visto la cara!!!”

Melina se sorprendió un poco. Un poco mucho en realidad. No le pareció la mejor broma… pero tampoco dijo nada. Y fueron a cenar. Durante la cena conversaron de todo un poco, y sólo un par de veces aparecieron los famosos momentos de autismo (o visitas al Padre de Jesús). Cuándo Melina le llamaba la atención por su viaje a la estratósfera, él simplemente contestaba que estaba pensando.

Terminaron de cenar. Sin dudas habían tenido una velada agradable. Incluso hicieron planes para una nueva cita. Todo marchaba bien hasta que Jesús pidió la cuenta. El mozo asintió con la cabeza en señal de ya te la traigo, no me rompas las pelotas… y a los diez minutos apareció con una especie de libretita de cuero donde se escondía la cuenta. Jesús tomó la libretita, la mantuvo cerrada y mientras miraba hacia arriba, con el seño un poco fruncido y expresión de estoy pensando dijo “si acierto el monto, pagás vos”.

Melina sonrió pensando que era una broma. Pero Jesús dijo 175 pesos, y acertó. Llamó al mozo por segunda vez, y dijo “la señorita paga, el baño dónde está?”. Se levantó, y dejó sola a Melina frente al mozo que insoportablemente la miraba esperando el dinero.

Ella pagó porque en ese momento la invadió una sorpresa tremenda acompañada de una vergüenza más tremenda provocada por la mirada inquisidora del mozo, y pensó que luego Jesús le devolvería la mitad de lo gastado en la cena, que sólo había sido una jodita. Pero eso no sucedió. Jesús regresó del baño y no se volvió a hablar del tema. Simplemente propuso acompañarla caminando hasta su casa y hablar en la semana para coordinar una segunda cita.

Melina llegó a su casa y convocó a la junta de loras. Vino la vecina, estaba su amiga con quién compartían casa, y se sumó una a la distancia a través de Skype. Más allá de las carcajadas y sorpresas por la reacción del pibe, todas concluyeron que seguramente la próxima salida invitaría él, y que no tenía nada de malo que la mujer pagara la cuenta. Claro, seguía haciendo ruido el modo en que se dispuso quién pagaría, pero la junta de loras decidió que valía la pena darle una chance más a Jesús, aún cuando le gustaba jugar a las escondidas.

Entonces pasaron unos días y volvieron a verse. Esta vez estaba esperando en la puerta, no hubo juego de escondidas. Fueron a tomar algo y sin hacer ningún planteo, él invitó el par de tragos. Otra vez charlaron de todo un poco, otra vez los minutos de autismo. Melina pensaba que en el futuro le preguntaría algo respecto de esa actitud, porque le parecía bastante extraña.

Cuando salieron del bar, se ofreció a dejarla de pasada en taxi y Melina aceptó. Entonces se ubicaron en una esquina para aumentar las probabilidades de dar con un taxi vacío. A lo lejos se veía venir uno con su cartelito de LIBRE encendido, pero Jesús dijo “ese no, paremos otro”. Luego por la otra calle apareció también uno libre, pero Jesús dijo “mmm ese tampoco”. Pasó otro taxi libre y Jesús tampoco quiso tomarlo. Intrigada, Melina le preguntó qué tenían de malo esos taxis que no los habían tomado, y Jesús contestó “para subirme a un taxi tienen que tener patente con letra H”. Melina estalló en carcajadas y preguntó si estaba hablando en serio. Por supuesto, dijo él. Y quiso el destino que el siguiente taxi tuviera patente HAH 956. Entonces se subieron.


Nuevamente Melina convocó junta de loras, y la frase “ese pibe está loco” se repitió una y otra vez, mientras todas se reían imaginando la cara de Melina. Esa noche Melina y Jesús habían quedado en verse el jueves en salsa, y si ambos podían, al terminar la clase irían a cenar.

Llegó el jueves, un día bastante gris, de cielo encapotado. Se encontraron en salsa y baliaron juntos la clase entera. Mientras bailaban también decidieron a dónde irían a comer. Y como el tiempo estaba tan feo, Jesús sugirió no alejarse mucho de la zona. Y terminaron la clase, y salieron rumbo a un bodegón que estaba a media cuadra. Se sentaron, ordenaron… el cielo estaba tremendamente cargado… y sucedió. Sí. Algo tan simple como la lluvia. Pero sucedió. Se desató un diluvio en el mismo momento que terminaban de ordenar.

Jesús empalideció. Enmudeció. Melina no entendía nada y para descomprimir un poco la situación sonrió y dijo “bueno… es sólo lluvia!!! No se termina el mundo…” Pero al parecer, para Jesús la lluvia era algo más que lluvia. Le costaba hablar, pero finalmente lo logró, y tartamudeando dijo:

“me vas a disculpar pero tengo un mambo bastante extraño con la lluvia, me deprime, necesito irme ya a mi casa. Cancelá lo mío, vos si querés quedate, yo me voy corriendo porque un taxi con H va a tardar en pasar. Te llamo pronto”

Otra vez no era joda. Efectivamente se levantó, le dio un beso en la mejilla, y desapareció, corriendo como bólido. Nunca más lo vio. Melina lo llamó para ver si había llegado bien, y no contestó. Pasaron los días y no sólo no llamó ni contestó sus llamadas, tampoco a salsa volvió.


La junta de loras en cada convocatoria se sigue preguntando QUE HABRÁ PASADO CON JESUS? Dicen las malas lenguas que el pibe era fanático de papas Pringles…

Consejo: aflojen con ese veneno!

LES DIJE QUE HAY GENTE LOCA....!!!